Visitaron a Puerto Rico unos bonistas norteamericanos, quienes buscaban la forma de cobrar el dinerito invertido en bonos del gobierno de su colonia caribeña. Querían recobrarlo de cualquier manera, pues había varias cosas en esta isla a las que podían sacarle grandes ganancias. Ante un gobierno estatal incapaz de pagar las sumas astronómicas que por muchos años tomó prestados, había que saciar la sed de capital de los bonistas.
Llegaron un día míster Bob Jefferson y su esposa Kate a un pequeño museo de una institución universitaria pública. Se maravillaron con una gigantesca pintura que pensaron les combinaba con su nuevo juego de sala. Sin más contemplaciones, le ordenaron a la directora del museo que empacara "that beautiful cuadrito" para llevarlo a Vermont. De ese modo, se fue "El velorio" de Francisco Oller. Si se cansaban de él, podían venderlo en una subasta.
De paseo por el Viejo San Juan, doña Milly Morrison y sus tres hijos se toparon con una plaza en cuyo centro sobresalía la estatua de un hombre que señalaba a sabe Dios dónde. De inmediato llamaron a los empleados municipales, para que derribaran el monumento de Juan Ponce de León. El plan de miss Morrison era utilizar la pieza para adornar la fuente de su patio en Tampa. Además, también le interesaba el valor del bronce de la figura, que podría fundirse y venderse a buen precio.
No muy lejos de allí, Jake Sheffield se apareció por una plaza de cuyo suelo brotaban chorros de agua que deleitaban a los niños que por allí jugaban. El gringo ordenó a sus asistentes a desalojar al público de allí, porque venía de camino una grúa que arrancaría de cuajo una gigantesca columna de barro, cuyos intrincadas texturas la equiparaban a un tótem. Quedó un enorme hueco en medio del parque, en donde ya no podrían mojarse los nenes. Por fin Sheffield tendría el monumento para su edificio de oficinas en Philadelphia.
El empresario hotelero Rick Fielder venía a Puerto Rico con una sola idea en mente: expropiar terrenos para convertirlos en lujosos complejos turísticos. Con las preciosas playas a lo largo de Puerto Rico, se podría construir un nuevo Hawaii, donde los millonarios disfrutan lo que antes era de uso público. Fielder llegó a Culebra con la intención de apoderarse de playa Flamenco, pero decidió quedarse con toda la isla. Organizó un plan de desalojo inmediato de los pobladores de lo que de ahora en adelante se convertirá en "Snake Island Resort". También le echó el ojo a Vieques, en donde aplicó el mismo plan de evacuación. Decía el americano que le hizo un favor a los isleños, pues ya no tendrían que joderse esperando la lancha.
Estos relatos pueden sonar ridículos y exagerados, pero lo cierto es que la situación actual que atraviesa Puerto Rico, a cargo de una Junta de Control Fiscal impuesta por Washington, se presta para la privatización de su patrimonio histórico, cultural y natural, ante la deuda gigantesca que arrastra el gobierno local. Por muchos años nuestros gobernantes recurrían a la descontrolada emisión de bonos para obtener fondos, como si el crédito jamás se agotara. Financiaron numerosos proyectos de infraestructura, a la vez que otorgaron jugosos contratos a todo aquel que tuviera intereses con el gobierno de turno. Billones de dólares se tomaron prestados, de los cuales se desviaron muchos hacia corruptas conspiraciones y planes fatulos que jamás prosperaron. Le llenaban al ojo al público con cada construcción faraónica que inauguraban, como parte de un "progreso" que se desinfló.
Pero la paciencia de los acreedores se agotó. El gobierno federal creó un mecanismo legal que asaguraría el pago a los que compraron bonos del gobierno de Puerto Rico. Un imperio que se hartó de mandarle fondos multimillonarios a su territorio, mal aprovechados. El americano se cansó de la jauja que se produjo en Puerto Rico, donde gobernantes y contratistas salieron cada vez más ricos con cada administración. Ahora les toca cobrar, y si no hay chavos, no les importa, porque de alguna forma se desquitarán.
Todo está a la venta. Por eso se cierne esa nube negra sobre entidades públicas que - supuestamente - resultan onerosas para el gobierno de Puerto Rico, como son la Universidad de Puerto Rico y la Autoridad de Energía Eléctrica. Se legislan enmiendas para poner a disposición de los desrrollistas una serie de terrenos que eran conservados por su valor ecológico. Se cierran escuelas públicas y se alquilan otras mediante alianzas con el sector privado. Se privatizaron varias autopistas, cuyos propietarios aumentan a su antojo los costos de los peajes. ¿Alguna otra muestra del rumbo que toma este país?
Se percibe un desinterés del gobierno en mejorar la calidad de vida de ciertas comunidades desventajadas, que ubican en zonas que pueden resultar atractivas para ser desarrolladas. Playas, islas, montañas, lagos y áreas panorámicas, entre otras, son codiciadas por aquellos que quieren sacar provecho de ellas, pero primero hay que despoblarlas. ¿Acaso lo están planificando? Ya lo están haciendo, porque todo Puerto Rico está a la venta...
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